Paso procesional

Año: 1967
Escultor: Federico Coullaut-Valera Medigutía. 

Conjunto de gran serenidad. 
Coullaut Valera había realizado la escena de la agonía de Cristo en Getsemaní, y su posterior consuelo por parte del ángel, en su momento de más tenso dramatismo. Jesús, cubierto por una túnica granate, arrodillado sobre la roca de la que habla la tradición, ora al Padre. Detrás, un ángel muy joven, con el pelo largo, cubierta la parte inferior de su cuerpo con un paño de color verde claro anudado a la cintura, le observa, mientras le ofrece al Señor el Cáliz de la Pasión que porta con su mano derecha. Se trata ésta última de una figura de carácter ambiguo en cuanto al sexo, siguiendo las consideraciones que los libros del Antiguo Testamento han tenido respecto de ellos, en una combinación extraña para aquellos que no la comprenden pero al mismo tiempo atrevida, de elementos masculinos (el pecho de la talla) y femeninos (el rostro y la pierna izquierda, que asoma por debajo de los ropajes); se cuenta a modo de tradición oral que el autor tuvo como modelo de estos últimos elementos a su propia esposa. 
Detrás, el olivo natural simboliza el huerto de Getsemaní, cuyas ramas, renovadas cada Lunes Santo, son traídas desde la localidad conquense de Villar del Infantado. Es portado por 38 banceros.

Técnicamente hablando, lo mejor del conjunto es el rostro de Jesús, cuajado de tensión dramática. Por otra parte, se trata de una obra tardía de este gran imaginero español. Finalmente, otro detalle digno de tener en cuenta es la concepción piramidal, abierta, de la talla de Jesús, en contraposición a la muy diferente concepción cerrada del grupo anterior.


Las andas, realizadas por Nemesio y Modesto Pérez del Moral y que siguen tomando parte hoy en día en la procesión, son de carácter sencillo, íntegramente realizadas en madera, presentando sus cuatro lados, como único adorno, unas pequeñas columnillas de orden dórico, en las cuatro esquinas, así como en el centro de ambos laterales (cuádruples en el primer caso y dobles en el segundo) y, entre ellas, series de ocho cuaterones, agrupados en dos líneas paralelas.


Como dato curioso, destacar que de la reunión del Domingo de Ramos de 1967 se puede leer: «Se acuerda subastar 28 banzos para portar el nuevo paso, sobre andas construidas por los artesanos de Cuenca, hermanos Pérez del Moral, cuyo importe de pts. 30.000 serán sufragadas en su totalidad por nuestra cofradía en los plazos convenidos.» 
Al año siguiente de su llegada a Cuenca, la hermandad hizo efectivo un pago de 600 pesetas en concepto de traslado del paso desde la ciudad de Segovia.

El escultor
El imaginero había nacido en Madrid en 1912. Hijo y discípulo del también escultor Lorenzo Coullaut Valera, terminó en el madrileño parque del Retiro el monumento que, dedicado a los hermanos Alvarez Quintero, había iniciado ya su padre. En ese mismo parque realizó otras esculturas, así como el conocido ángel que sobrevuela el edificio Metrópolis, en la calle de Alcalá, y que en realidad representa la figura de la Victoria, según el modelo clásico de Niké. 
A parte de su labor propiamente escultórica, en la cual ha destacado sobre todo en la elaboración de algunos bustos, tanto en piedra como en mármol, figura su dedicación como imaginero, destacándose en este aspecto, además de su Dolorosa para la Semana Santa murciana, réplica de la de Salzillo, diferentes imágenes para algunas iglesias de Madrid y de Reus, así como para las procesiones de Semana Santa de Hellín, Orihuela, Úbeda, Guadalajara, Andújar y, por supuesto, Cuenca. El mismo tema que refleja nuestro paso fue desarrollado también para los desfiles de Úbeda y Almería. 
Se conserva también obra suya en diversos países hispanoamericanos. 

Para la Semana Santa conquenses, el escultor madrileño había entregado anteriormente cuatro obras más. En 1941, la talla de Jesús ante Anás, una de las mejores tallas de nuestros desfiles procesionales; en 1946 el Cristo de la Agonía, que no será un Calvario completo hasta unos años más tarde; en 1947, Jesús con la Caña, así como la Soledad de San Agustín. Y veinte años más tarde, nuestra Oración en Getsemaní, culminando, de esta manera, una de las obras más representativas, junto a la de Marco Pérez, de nuestra Semana Santa.